"El imperio de los sentidos" Dir. Nagisa Ôshima | Reseña de Mauro Bengoechea de A7CDMX
EL IMPERIO DE LOS SENTIDOS
Dir. Nagisa Ôshima | Japón | 1976 | 100 minutos
Por Mauro Bengoechea. Alumno de tercer semestre Arte7 CDMX
Japón. Un país cuyas coloridas formas de arte audiovisual como el anime y el manga le han dado la vuelta al mundo, pero que hasta nuestros días, y más aún en los años 70, estuvo duramente marcado por la censura artística y tabúes en cuanto a la representación del más natural placer sexual en pantalla, en específico las áreas que yacen entre nuestras piernas ya través de las cuales podemos experimentar un chingo de sensaciones fascinantes. Un buen día, un virtuoso cineasta independiente japonés "ni madres" y se dijo eliminar el estigma pornográfico de su país hacia los genitales y defendió la experimentación sexual más intensa y dolorosa como un tema perfectamente posible de tratarse en el cine de arte y ensayo. Y lo hizo a través de esta obra desafiando de presenciar que, hasta la fecha, sigue estando prohibido en Japón.
Inspirada en la historia real que conmocionó a un país y al mundo entero. Luego de conseguir trabajo como ayudante de limpieza de un hotel, una ex prostituta forma un lazo pasional con el dueño del lugar, un hombre casado. Consumidos por un deseo sexual cada vez más tóxicos y carente de amor, estos amantes poco a poco empiezan a cruzar la delgada línea entre el más salvaje placer y el más profundo dolor.
A lo largo de la historia del cine, desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, han habido obras independientes de varios países las cuales han abierto diversos debates respecto a si debería o no debería haber un límite en aquello en donde decidimos apuntar la cámara, o en aquello que decidimos recrear para incluirlo en nuestras películas y con qué objetivo estético, ideológico o político se opta por retratar un aspecto "delicado" de la humanidad. ¿Cuándo se cruza la línea entre un retrato honesto de la violencia y el sensacionalismo barato? ¿Cuándo es que se pasa de lo estéticamente atractivo a lo morboso? Y en este caso, ¿Qué distingue el erotismo de la pornografía? ¿Pueden coexistir ambas en una misma pieza? En el nuevo milenio, controvertidas obras como Viólame (2000) de Virginie Despentes, The Brown Bunny (2003) de Vincent Gallo, Anticristo (2009) de Lars Von Trier, y más recientemente Love: amor en 3D (2015) de Gaspar Noé, han abierto ésta conversación sobre los límites que lxs cineastas se proponen exceder no solo en nombre de la polémica, sino también para transmitir correctamente sus nociones personales respecto al sexo y sus matices tan perturbadores como bellos.
Sin embargo, hay algo de lo que casi nunca se habla cuando pensamos en películas tan francas para abordar la sexualidad: las actrices y los actores que tienen la valentía de ponerse en la piel de los personajes protagonistas de estas historias. Para el director Nagisa Ôshima fue difícil conseguir un actor dispuesto a interpretar situaciones sexuales no simuladas, no por el sexo en sí, sino porque muchos se sentían inseguros a causa del tamaño o la forma de sus genitales. Es imposible pasar por alto el gran compromiso de encarnar actos sexuales verídicos por el bien del arte frente a la cámara de cineastas que no pretenden crear material para salas XXX, aún a pesar de correr el riesgo de afectar sus carreras profesionales por el prejuicio de un público hipócrita.
Desgraciadamente, aunque El imperio de los sentidos fue alabada en Cannes y hasta por la propia crítica japonesa, el actor Tatsuya Fuji y la actriz Eiko Matsuda, luego de actuar en ésta película, sufrieron del desdén de las productoras y básicamente se quedaron sin trabajo. Al menos Fuji se recuperó después de dos años y hasta hace poco ha seguido actuando en películas de cierto renombre. Matsuda nunca volvió a tener un papel reconocido, eventualmente se mudó a Francia y se retiró de la actuación a causa del rechazo misógino de todo su país. Qué casualidad.
A nivel estético, El imperio de los sentidos es una belleza. Hay unos lindos valores cinefotográficos ambientando los escenarios donde los personajes gozan de su libertinaje, donde los colores rojos y verdes son fáciles de apreciar, cada vestuario y valor de producción está en perfecta armonía con la época y el contexto histórico de la pre-guerra en el que se desarrolla. Ahora, si retomamos el dilema erotismo vs porno, yo diría que, a pesar de lo que muchas personas alrededor del mundo opinaron en su estreno, hay un gigantesco abismo de diferencia entre ambos conceptos.
Quizá el único paralelismo que podríamos argumentar que existe entre un video/película porno y ésta obra, reside en la narrativa. Los encuentros sexuales entre lxs protagonistas son el hilo conductor de esta historia y por ende, son pocas las escenas o diálogos en los que el sexo no es el principal tema de conversación. Y aún así, nada de eso es gratuito.
El guion nos introduce en la relación de Kichizo y Sada que en la represión de la época se va desenvolviendo ante nuestros ojos voyeuristas, como si fuéramos una geisha más entreteniéndoles con la música de nuestro shamisen (instrumento tradicional japonés similar a una guitarra), y ya que es esa nuestra única labor, lo único que podemos hacer es seguir tocando mientras observamos cómo el sexo succiona sus vidas y su relación lentamente, tal como una droga. Una droga en forma de ella y de él, de la cual no pueden huir, donde los roles de género se derrumban de maneras brutales. Donde un amor antes bello se torna en obsesión por una piel ajena que se vuelve suya. Donde si los sentimientos del otro están dañados, la otra persona busca dañarlos más. Donde el libido reina. Donde el amor no existe.
10/10. Explícita, kitsch y sin lugar a dudas, desafiante de ver, pero ello no la exenta de ser una poética tesis cinematográfica sobre los amores tóxicos imposible de igualar y olvidar.