Los vestigios no identificables de nuestra inverosímil permanencia en esta vida: la tierra los altares | Por Mauro Bengoechea
“la tierra los altares” Sofía Peypoch | 2023 | México
“Tal vez tú ya no me puedas decir si es un hueso de animal o de persona o si no loes, pero de que aquí murieron personas, murieron personas, y eso no hay que olvidarlo. Tal vez ya sea sólo una astillita… pero importa. E importa mucho.”
- Karla Fernanda Rodríguez Rodríguez, antropóloga forense.
Antes de apasionarme por el cine, fui un pequeño entusiasta del cuerpo humano y las estructuras que lo componen. Ese niño volvía a la vida brevemente en las clases de Educación para la salud en la prepa. Creo que la profa Laura no era consciente de lo interesante que era lo que explicaba para muchxs de nosotrxs, aunque su forma de hacerlo no era la más atrapante y al parecer, nos detestaba.
Una vez nos trajo restos de huesos humanos reales. Un trozo de cráneo. Vértebras fragmentadas. Un fémur. Un coxis. No podía creer que fuesen reales. Eran amarillentos. Despedían un cierto aroma a pollo rostizado. Me llamó la atención y a la vez me sentí como un caníbal insensible por pensar algo así. Pero lo que más cruzó mi mente una y otra vez fue: ¿Cómo los consiguió? ¿Por qué la gente del cementerio se los daría sin el consentimiento de los familiares de la persona muerta? Y aún si sus familiares lo permitieran… ¿Por qué lo harían? ¿Acaso estaría de acuerdo la persona que alguna vez almacenó esos trozos de cimientos y estructuras en su cuerpo? Si esa persona pudiera ver a un grupo de dieciseisañerxs sosteniendo con morbo sus restos terrenales… ¿Sonreiría? ¿O nos jalaría las patas en la noche por haberle importunado?
Me seguí haciendo esa misma pregunta cada tanto en los días, meses y años venideros después de esa clase, hasta el pasado jueves 7 de marzo por la noche, cuando me di cuenta que no había considerado un importante detalle. Una falange enterrada bajo un epitafio alguna vez fue el dedo de un ser humano que respiró, amó y sufrió, sí. Es posible saber de quién era ese dedo, sí. Hasta que ya no lo es. Ya fuere porque el paso del tiempo ha reducido poco a poco la masa material tangible de los restos, o porque estos han sido reducidos de forma antinatural. Intervenidos por mano humana viva, para un fin deplorable, sacrílego y silenciosamente violento.
Y sin embargo, por alguna razón que jamás conoceremos, mientras que unxs son transformadxs en termitas sin identidad reconocible, otrxs no solo están visiblemente intactxs, sino que además regresan a su hogar. Con vida.
Preguntándose día tras día cómo diablos siguen respirando después de aquello que vivieron. De aquello que murieron. ¿Cómo procesarlo? ¿Cómo asimilar el hecho de que, entre una enorme pila de restos inertes de miles de almas que pasaron por el mismo calvario que tú, las personas aún pueden verte y saber cómo te llamas? Y aun habiendo sobrevivido, ¿Tu presencia como era conocida sigue aquí? ¿Dónde queda esa parte de tu ser que te abandona al momento de tu trauma? Si tuvieras la capacidad de volver al lugar donde ocurrió, ¿Podrías recuperar esos fragmentos que te arrebataron? ¿O estos son ya tan irreconocibles como los que quedan de quienes nunca volvieron?
La realizadora Sofía Peypoch hurga entre la húmeda tierra que alguna vez albergó su cuerpo petrificado en desconcierto, al parecer tratando de encontrar las respuestas a estos indescifrables cuestionamientos en la tierra los altares, documental experimental producido por el CCC, en el cual Peypoch merodea en carne propia los verdes derredores donde fue secuestrada, adentrándonos en el sentir de sus reminiscencias, al igual que en su investigación respecto al estudio del creciente rastro de huesos imposibles de identificar que el crimen organizado sigue dejando tras de sí.
Fue precisamente en la noche del jueves 7 de marzo, cuando volví a pensar en los fragmentos de huesos humanos que la profa Laura nos mostró hace 8 años. La noche en que, acompañado solamente de mi termo de agua, visioné este íntimo, por demás aterrador y admirablemente valeroso esfuerzo documental.
En su acercamiento visual y sonoro hacia la vegetación que la rodeó durante el perturbador suceso, Peypoch nos transporta, de la manera más natural posible y sin abuso de artificios técnicos, a lo que bien podría ser la atmósfera emocional auténtica de un secuestro en primera persona. Como alguien que desde que tiene memoria ha tenido pesadillas con ser asaltado en un lugar oscuro, creo que jamás me había sentido tan acechado y en un estado de alerta tan grande como me sentí a lo largo de esas imágenes, escuchando el amenazador crujir de las hojas, iluminadas por una luz que da una energía similar a la que llevaría un equipo de rescate para localizar a un ser humano. O lo que queda de él.
Entretanto, se nos presenta una aproximación tan didáctica como sensible hacia la búsqueda, estudio y preservación de fragmentos óseos humanos sembrados en territorios dominados por el narco, y los esfuerzos imparables por localizarlos y conservar sus identidades. La delicadeza con la que las manos de Peypoch examinan ciertos vestigios es directamente proporcional al palpable respeto y dedicación con el que lxs expertxs se toman el tiempo de hablarnos sobre su valiosa labor. Dicha investigación converge con los recuerdos de Peypoch. Sueños recurrentes. Misticismos alrededor de ciertos tallos que habitaban esebosque. Paralelismos entre el plano onírico y la reminiscencia terrenal.
El diseño sonoro juega un papel importante en la travesía. Aún con la muy puntual presencia de foleys, el sonido se percibe inalterado, naturalista. Nos rodea del soplido del viento. El correr del agua de los lagos. La naturaleza testigo de esa noche. Las yemas de los dedos de Peypoch que sostienen y colocan elementos frente a nosotrxs mientras escuchamos su voz revelándonos detalles y trasfondos imperceptibles a simple vista. Atisbos a vestigios tangibles de su propio pasado, los cuales a la fecha sigue conservando. A los intangibles, que yacen en su memoria, en sus palabras y posiblemente entre la tierra que escarba. Percibo la voz narradora de Peypoch como una suerte de guía que ella no tuvo. Para nosotrxs. Para ella misma mientras revisita esos entornos no gratos. Nos confía su testimonio. Las sensaciones que recorrieron su cuerpo y pensamientos específicos que rondaron por su mente a lo largo del calvario. Ideas abstractas y borrosas que al día de hoy continúa revisitando de tanto en tanto. Tal y como muchos seres humanos solemos hacer con ciertas vivencias que aún no logramos comprender del todo. ¿Cómo ocurrió? ¿Por qué viví lo que viví? ¿Qué se supone que debo hacer con estas memorias que me atormentan? ¿Con estas sensaciones que aún vagan por mi piel como si estuviera volviéndolo a vivir, una y otra vez?
Pedazos de nosotrxs perecen, para dar lugar a otros que no quisiéramos almacenar. Que cicatrizan. Que se transforman en partes de nosotrxs. Pero no en nosotrxs. Nadie es su mayor tragedia. Y aunque podría hacerse más, a veces lo único que queda, lo más invaluable que en nuestras manos yace, es la resistencia al olvido. No olvidar el dolor ajeno sufrido, para que cada vez menos almas tengan que llevar dentro de sí esos lastres dolorosos que sí desearían poder olvidar.
Trabajo finalista del concurso de crítica Alfonso Reyes Fósforo del FICUNAM 2024
Bibliografía
Peypoch, S. (Directora). (2023). la tierra los altares (película). CCC.