TRILOGÍA DEL SILENCIO: TRES DOCUMENTALES DE WERNER HERZOG

Por Paola Ramírez (P.) 

El silencio puede ser pensado como el hijo prematuro de la escala pentatónica que al nacer unió su lengua a la tierra —y en consecuencia al hombre— para ser devuelto al aire, a las tres y media, como pájaro en un poema de Emily Dickinson. También es el paso de las páginas de la historia; es la habitación de Proust que pidió recubrir de corcho; son algunas de las cartas de Kafka a su padre; y a veces, son fragmentos de la historia del cine.

El oído del ojo nace con la pantalla. En Notas sobre el cinematógrafo, Robert Bresson se aventura a decir que «el cine sonoro inventó el silencio» (al menos lo trajo a la conciencia del espectador). El nacimiento de ese fenómeno auditivo unido a las imágenes crecería hasta formar lo que años más tarde Michel Chion describiría en La audiovisión como «sentido expresivo» del uso del silencio. 


La emotividad de la imagen sonora —que comprende también la parcial ausencia de sonidos— se debe, en parte, a que el oído tiene la capacidad de ir hacia dentro, mientras que la mirada suele ir (comúnmente) hacia afuera. Y cuando aquel «parlante que se vuelve autónomo», en palabras de Deleuze, aparece dejando atrás el cine mudo, nos permite leer de manera directa, en los sonidos, lo que antes proporcionaba sólo la imagen o los intertítulos. Esa carga emocional que trae consigo lo audiovisual (y el silencio) encuentra un cauce poético en tres documentales de Werner Herzog: Cave of forgotten dreams (2010), Encounters at the end of the world (2007) y Land of silence and darkness (1971).

Cave of forgotten dreams nos transporta a Francia para entrar en la recién descubierta Cueva de Chauvet, una cápsula del tiempo con pinturas rupestres de más de 35,000 años de antigüedad. Seguimos a Herzog a través de la cueva guiados por su inconfundible voz. Vamos tejiendo las posibles historias detrás de cada pintura, las vivimos como hijas de la ficción. Una vez dentro, nos convertimos en los hombres de Chauvet porque a esa cueva nos une un «signo sensible» como bien dice Bataille en «Lascaux o el nacimiento del arte». El hombre del Paleolítico supo crear de la nada ese mundo del arte «en el que empieza la “comunicación de los espíritus”». Eso lo vuelve nuestro semejante. Pisamos ahora su mundo con el ojo y el oído. 


El descenso que hace Herzog a la cueva oscila entre lo mítico y lo poético. Aunque el cuadro muchas veces no se queda quieto por el poco tiempo que les dieron para filmar, hay momentos donde incluso la cámara se vuelve contemplativa ante el espectáculo que está presenciando (paneles llenos de  caballos en movimiento, leones de cueva rugiendo, una Venus mitad humana mitad toro, el rastro de una que otra mano, huesos, olas de calcita que dejó el paso de los años…).  Y entonces viene el silencio después de que la voz en off de Werner dice esto: «These images are memories of long forgotten dreams». Escuchamos un palpitar que se va haciendo cada vez más intenso. Y continúa preguntando: «Is this their heartbeat or ours?». Esos segundos de silencio que antecedieron y precedieron a esa reflexión nos permiten enlazar con la construcción de ese mundo vivo. El Tiempo se congeló y nos permitió atravesarlo para saludar a ese hombre de miles de años atrás que sin pensarlo estaba dando a luz al arte y articulando una forma de «proto-cine». 


El silencio en Cave of forgotten dreams simboliza el espacio por el que entra la Historia para que compartamos una misma sensibilidad. Propicia un tipo de conexión que la imagen por sí sola no puede lograr. 

Por otro lado, el silencio en Encounters at the end of the world, aunque comparte características con el empleado en el documental anterior, sigue siendo distinto. En esta constante búsqueda de «imágenes puras», Herzog va a la Antártida, donde todas las líneas del mapa convergen.  Y ahí se da a la tarea de entrevistar personas clave dentro de su universo cinematográfico (el propio cineasta alemán tiene la teoría de que todos los personajes dentro de su filmografía son parte de la misma familia que viene construyendo desde hace años película a película). Entre esos entrevistados encontramos a Stefan Pashov, filósofo y conductor de montacargas, que buscando en su memoria se da cuenta que lleva viajando desde que su abuela le leía La Ilíada y La Odisea; a Regina Eisert, una fisióloga que extrae y analiza la leche de las focas; y a Samuel Bowser, un biólogo celular que es también buceador profesional y lector de ciencia ficción. Regina mira la cámara —nos mira— con un sentimiento sublime en sus ojos tras recordar el silencio que impera en el Polo Sur. Cuando el viento no golpea la Antártida, cuenta Eisert, se puede creer que uno ya no escucha nada. Es tal la quietud que sólo puede salir de ella cuando va a caminar y escucha o bien algo crujir o los «sonidos inorgánicos» de las focas. Eso es lo único que puede hacerla volver en sí y darse cuenta que debajo de ese silencio habita un mundo con techo de hielo que puede estar(nos) escuchando también. 


Herzog pone especial interés en Samuel Bowser. El director ve a todo buceador como un astronauta invertido, bajando a una especie de catedral. Le pregunta sobre lo que hace, lo que lee y si cree que los organismos en su evolución salieron del agua por la hostilidad y el misterio que caracteriza al mundo subacuático. Sam responde de viva voz que eso cree, pero también contesta en silencio a otras preguntas que Herzog nunca le hizo. Una de ellas forma parte del ritual anterior a cada inmersión. Vemos en un plano de establecimiento a varios buzos ponerse su traje especial en silencio. Si lo pensamos de esta manera, el buceo por cuenta propia es una actividad silenciosa. Son como «sacerdotes preparándose para dar misa» según el cineasta. Esos ruidos sordos acompañados de planos muy abiertos dan cuenta de que una vez sumergidos, la realidad se separa y leyes como las del espacio-tiempo pierden todo peso; la brújula se destantea y sólo se puede volver recordando su rastro. 


Es así que el silencio en Encounters at the end of the world es laberíntico, inmenso, ritualístico y mucho más metafórico. Es la capa de hielo que divide los pasos del hombre y el origen de la Tierra. 

Y por último tenemos Land of silence and darkness, la historia de Fini Straubinger, una mujer que quedó sorda y ciega en su adolescencia. Un documental que además habla sobre la soledad más honda y difícil. 

Land of dark and silence comienza con la pantalla en negro y la voz en off de Fini. Ella nos marca el camino que debemos seguir para entrar en su país. Nos hace saber que no hay total oscuridad ni silencio. Ella ve manchones de colores que se mueven de un lado a otro, y escucha un ruido constante que va de un «apacible susurro» hasta un «zumbido constante». La forma en la que Straubinger se comunica es por medio de otro lenguaje, el del tacto, el dactilológico. La vemos a lo largo del largometraje escribir en palmas y leer lo que ponen en las suyas. Ella es capaz de reconocer a quien tiene delante con sujetar su mano, como vimos en la reunión que organizó con sus amigos sordociegos por su cumpleaños. 

El silencio aquí es otra forma de comunicación que o te une o te separa del mundo (como es el caso de Else Féihrer o de quienes nacen con esa condición). Las escenas se sienten cercanas salvo cuando los personajes se encierran en sí mismos. Para comunicarnos con la historia que aquí retrata Herzog, hace falta que entendemos no sólo el silencio del que se ha venido hablando, sino su silencio (el de Fini). Sólo así podremos comprender que aquí no es metafórico, sino comunicativo. No son fragmentos de Fata morgana donde en medio del desierto las imágenes —y sus sonidos— se vuelven cada vez más borrosas e «impalpables». Se trata de un silencio que se comparte sólo cuando aprendemos a tocar la imagen y las historias del documental de otra manera. Y esa es una de las lecciones más bellas que nos deja. Fini resume la ceguera como un «río negro». Al verla sentada después de que habla de lo que es la condición de los sordociegos, se queda en silencio durante varios segundos. Herzog deja la cámara correr. Y entonces podemos sentir que el silencio en esta obra de Werner, son las rocas que desgarran ese río. 


Semblanza

Paola Ramírez Reséndiz (P.) ha cursado diplomados en realización cinematográfica, en Arte7, de Querétaro, y los cursos «El caos fantástico de Terry Gilliam», «Lo romántico siniestro: Genealogía del terror gótico» y «Cine mexicano», en la Cineteca Nacional. Pertenece, además, a un Grupo de Estudio Permanente de Lacan, en Argentina, impartido por Marcelo Augusto Pérez, y ha participado en seminarios de la Red Psicoanalítica Freudiana. Adicionalmente, se ha formado como tallerista con Luna Miguel, Lidia Bardina, en la Academia La Central, de Barcelona («De paraules i imatges: literatura i cinema») y con José Manuel Cuesta Abad («La lectura y el deseo. Variaciones sobre el texto y lo ilegible»). Otros de sus campos de interés y estudio son la historia del arte, la historia del arte japonés, la cultura visual contemporánea, la filosofía, la literatura (fantástica, terror, weird, hispanoamericana) y los talleres de escritura creativa. Actualmente es profesora y podcaster en Notas al margen. Espacio de cultura.


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