Ficción involuntaria
Por Gemma Leyva*
Historias de ciencia ficción y el espacio tenemos miles: misiones fallidas, viajes en el tiempo, invasiones alienígenas y guerras espaciales. Como especie, a nivel consciente o inconsciente, tenemos la necesidad de reproducirnos, ya sea por un impulso evolutivo o por la norma social. Como mujeres, estamos obligadas a continuar con la trascendencia de la especie, a parir. En High Life (Claire Denis, 2018), aún en condiciones no aptas para la vida y sin un futuro tangible, las mujeres son inseminadas sin su consentimiento, siendo Boyse (Mia Goth), quien menciona “mi cuerpo jamás tendrá hijos”, la que carga con esta imposición, convirtiéndose en madre y optando por el suicidio.
El imaginario colectivo ha concebido la ciencia ficción como un género experimental que se desarrolla en un espacio-tiempo no definido, que muestra avances tecnológicos y fenómenos imaginarios, así como su relación con la especie humana. Sin embargo, de ella hemos aprendido que también tiene que ver con la evolución de la humanidad, los límites de la creatividad, la aplicación de nuevas tecnologías y los dilemas éticos que se derivan de ésto (libertad de elección, igualdad de oportunidades, intereses personales, discernimiento entre el bien y el mal).
Planteada en una narrativa no lineal, vemos la historia de un grupo de criminales en una misión espacial fallida dirigida hacia un agujero negro, a cargo de una doctora (Juliette Binoche) que más allá de la misión principal, se enfoca en una personal. Derivándose así la historia de Monte (Robert Pattinson) y su hija Willow (Jessie Ross). Claire Denis manufactura una película que no alude a efectos especiales deslumbrantes ni escenografías minimalistas, tampoco a efectos sonoros que nos distraigan de la escena. En cambio, nos presenta espacios confinados e insalubres. Escenas de sangre, leche materna, semen y cicatrices en primer plano que representan al cuerpo humano. Mediante escenas retrospectivas iremos conociendo las historias de cada personaje, las razones por las cuales se encuentran en esta misión y su destino final dentro de la misma. El silencio que nos brinda el espacio logra empatar con la musicalización que surge en momentos contemplativos y a la vez con los sonidos de la cotidianidad.
Un hombre se encuentra en el espacio reparando su nave desde el exterior. Mientras lo hace, habla con una bebé que llora a través de un intercomunicador. El llanto agudo le hace perder la concentración y por accidente suelta sus herramientas. El hombre mira hacia arriba resignado y regresa al interior de la nave para tranquilizar a la bebé.
La inmensidad del espacio nos permite extrapolar conceptos como la reproducción, la maternidad involuntaria, la trascendencia de la vida, el placer y el amor. Y a pesar de ser un contexto aislado, pareciera ahondar más en lo terrenal que en lo ficticio. Ésta no suena como una historia de ciencia ficción, suena a la realidad de las mujeres en la actualidad: ¿es el espacio sólo un pretexto para hacer visible esta realidad? Las lecturas sobre esta obra pueden ser tan variadas como las que tenemos sobre la ciencia ficción, dependerá de la audiencia el grado de intimidad que pueda generar hacia ella: abrazar lo repulsivo, contemplar la existencia y comprender que el espacio sólo nos hace más humanos.
*La presente reseña fue concebida y escrita en el marco del Taller de apreciación y crítica cinematográfica en Arte 7 Querétaro.